El recuerdo es muy claro en mi mente. Era un cálido
sábado por la tarde, en un centro de readaptación social para jovencitas
delincuentes en la ciudad de México. Cada semana, nuestro grupo de
jóvenes visitaba ese lugar para compartir acerca del amor de Dios que
siempre esta dispuesto a perdonar y dar una nueva oportunidad al que ha
fallado.
Aquel día, Silvia se había
acercado al lugar donde acostumbrábamos reunirnos, atraída por la
música, o quizás por el deseo de conversar con alguien para matar un
poco el aburrimiento. Pronto llego el momento de compartir con ella la
historia de un Padre amoroso, que al regresar su hijo a casa, después de
haber malgastado su herencia viviendo perdidamente, fue recibido con
jubilo, sin importar su condición. “De la misma forma” le dije, “tu
tienes un Padre que te ama y esta esperando que regreses a casa”
No estaba preparado para su reacción. Sus ojos se volvieron rojos de coraje.
Podía sentir el odio en sus
palabras cuando me dijo: “No me hables de un padre amoroso! Esa es una
mentira! Aborrezco a mi padre y nunca quiero volver a verlo!”
Para ella, la imagen del Padre,
que debería ser sinónimo de amor, confianza, protección y provisión,
había sido terriblemente distorsionada. Una vez mas, el Padre Celestial
había sido mal representado por la crueldad y egoísmo de un hombre, que
en vez de proveer un lugar de refugio para su hija, había abusado
sexualmente de ella, y la había forzado a prostituirse y robar desde los
15 años.
Por unos momentos, me quede
callado, sin saber que decir, impotente ante el dolor que evidentemente
mantenía a Silvia en una prisión de rencor y odio. Recuerdo que solo
pude asegurarle que, aunque su padre terrenal hubiera abusado de ella,
Dios quería adoptarla como hija suya, borrar su pasado triste y llevarla
a la casa del Banquete. Cuando oramos, le pedí a Dios que la rodeara
con sus brazos de amor y que se manifestara a su vida como el Padre que
ella necesitaba. Sus lagrimas brotaron pronto y su expresión dura fue
cambiada por un rostro anhelante de afecto y aceptación.
Cuanta falta nos hace el Abrazo
del Padre! Una generación herida camina y tropieza en su juventud,
aborreciendo a sus padres y jurando que nunca serán como ellos, solo
para causar el mismo dolor y las mismas heridas sobre sus propios hijos.
Cuanta falta nos hace la
seguridad de un hogar donde el amor, aceptación y perdón del Padre crean
un ambiente saludable donde se experimentan las relaciones más íntimas,
donde se aprenden la mayoría de los hábitos, donde se desarrollan
nuestras primeras reacciones emocionales, donde hacemos nuestras
primeras decisiones acerca de nuestros valores.
Solo los brazos de Dios son
suficientemente grandes para disolver nuestro dolor con su
extraordinario e incondicional amor. Solo nuestro Padre Celestial es
profundamente movido por nuestras presiones y problemas. Solo Él nos
entiende!
FUENTE: PASTOR MARCOS BARRIENTOS
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