Mansedumbre es la palabra griega “praotes”, que
significa aquella disposición tranquila, equilibrada en espíritu, que
mantiene las emociones bajo control. No se refiere a una persona débil o
tonta; sino a la que posee la cualidad de perdonar injusticias,
corregir sus faltas y gobernar bien su propio espíritu.
La mansedumbre es una total
dependencia del Padre Celestial. En resumen, la mansedumbre es
autocontrol; es ser sabio para manejar el poder, la autoridad delegados y
también sus emociones aún cuando está bajo presión.
Ilustración: Un buey es un animal muy manso, pero a la vez, muy fuerte.
Una cualidad propia de una
persona mansa es la ecuanimidad. La persona mansa no se ve afectada ni
por la crítica ni por la alabanza.
La mansedumbre es la solución para terminar con la ira y el carácter explosivo.
“3Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra”. Números 12.3
La palabra dice que Moisés, en
un momento de ira, golpeó la roca que Jehová le había dicho que tocara
y, por esa razón, no entró a la Tierra Prometida. La ira le puede llevar
a perder en menos de un minuto, lo que le ha costado años construir.
“4Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar; porque la mansedumbre hará cesar grandes ofensas.” Eclesiastés 10.4
Una persona le puede gritar,
insultar y hablar mal de usted todo lo que quiera, pero si usted es
manso, sabrá cómo lograr que esas ofensas no afecten su corazón. Las
acciones de otra persona no pueden controlarnos si tenemos, en nuestra
vida, el fruto de la mansedumbre.
Vamos a resumir el significado
de la palabra mansedumbre. Mansedumbre significa tener una disposición
de espíritu calmada y equilibrada. Es usar la autoridad y el poder sin
abusar de ellos; es estar bajo críticas y ataques sin dejar que nos
depriman o nos hagan dudar de nuestra identidad; es tener las pasiones y
las emociones bajo control. Es la correcta disposición de espíritu que
nos lleva a aceptar los tratos de Dios con gozo y mansedumbre, sin
discutir acerca de ellos ni resistirlos.
Nuestro modelo ideal, la imagen
que debemos reflejar en nuestro carácter es Cristo; por lo tanto, cada
día que pasa, el Espíritu Santo nos lleva a vernos y a compararnos con
esa imagen, y trata con áreas de nuestra vida que deben morir para que
Cristo pueda vivir a través de nosotros. Estos tratos de Dios nos van
“matando” poco a poco.
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