En una sola palabra: no. No es correcto
pelear. Eso supone que “pelearse” no es solamente estar en desacuerdo y
expresar emociones negativas. Esas cosas son inevitables en un
matrimonio; pero si pelearse es tratar de resolver esos sentimientos y
problemas por medio de la conducta abusiva, no es sano.
Los conflictos ocurren cuando dos
personas tienen una diferencia de opinión que no se ha resuelto. Eso
puede suceder cuando usted y su esposa están en desacuerdo sobre dónde
ir a cenar, con qué familiares pasar las vacaciones, o cuáles fueron las
tareas de cada persona en la semana. Todos esos son conflictos
matrimoniales normales que pueden solucionarse.
Cuando las discusiones se convierten en
un abuso verbal o físico; sin embargo, no es sano para ningún
matrimonio. Si usted regularmente ataca a su cónyuge con afirmaciones
como: “Lamento haberme casado contigo”, “eres estúpida”, y “te odio”, ha
pasado de una discusión al abuso.
Si le lanza usted cosas a su cónyuge
–almohadas, cubiertos, cuadros, jarrones–, eso solo conduce a más
conflicto y daño. Eso es abuso físico. No solo es inmoral e ilegal, sino
que también causa un enorme daño a su relación. Si esta es la forma en
que usted maneja el conflicto, necesita buscar consejería para aprender
maneras apropiadas de reconciliarse.
Esas maneras apropiadas no incluyen
simplemente sumergir sus diferencias en lugar de tratarlas sinceramente.
Muchas parejas intentan hacerse a un lado o esconder su conflicto,
porque los desacuerdos pueden ser dolorosos. Eso conduce a algunos
cónyuges a pensar que sus propios argumentos son anormales.
–Yo nunca veo pelearse a otras parejas –le dijo Gary a un amigo –, y eso me hace sentir que Kati y yo tenemos un mal matrimonio.
Gary no comprende que algunas parejas
hablan de sus conflictos abiertamente, mientras que otras son más
reservadas. Algunas parejas parecen no tener conflictos pero, con el
tiempo, con frecuencia tienen angustia en su matrimonio debido a que
solo han interiorizado el conflicto y han permitido que el dolor y el
resentimiento aumentaran. Su enojo puede ser que explote, haciendo un
daño increíble a la relación.
Un esposo al que llamaré Pablo intentó suprimir el conflicto porque tenía temor a pelearse.
–Me enamoré de Lucy porque nunca nos
peleábamos antes de casarnos –le dijo a su grupo de apoyo– tengo mucho
miedo al divorcio debido a mis padres. Ellos se peleaban todo el tiempo,
y miren dónde los condujo. Si Lucy y yo seguimos peleándonos, me temo
que terminaremos como mis padres.
Contrariamente a lo que creía Pablo, el
divorcio es más común cuando el conflicto se oculta o no se resuelve, y
no cuando se trata abiertamente. El conflicto en sí mismo no conduce al
divorcio. La falta de resolución ha causado divorcio, en el peor de los
casos, y matrimonios infelices, en el mejor.
La resolución de conflictos puede sonar
complicada, pero es posible. Es una capacidad que requiere el compromiso
de ambos cónyuges, y puede ser refinada con la práctica.
Los siguientes son diez puntos a recordar acerca de resolver conflictos sin pelearse.
Tratar el desacuerdo lo antes posible:
confronte los problemas a medida que surjan. Cuanto más tiempo se cueza
el conflicto, más grande se hace el problema; el tiempo tienden a
agrandar una herida. Como dice La Biblia: “Si se enojan, no pequen. No
dejen que el sol se ponga estando aún enojados” (Efesios 4:26).
Ser concreto: comunique claramente cuál es el problema.
No generalice con palabras como “nunca” o “siempre”. Cuando se expresa
con vaguedad, su cónyuge tiene que imaginar cuál es el problema. Pruebe
algo como: “Me frustra cuando no sacas la basura los lunes”, en lugar
de: “Nunca haces lo que dices que vas a hacer”.
Atacar el problema, no a la persona: arremeter contra su cónyuge lo deja herido y a la defensiva.
Eso es contraproducente para resolver el conflicto. Su objetivo es la
reconciliación y la sanidad en su relación. Deje que su pareja oiga cuál
es el problema desde su punto de vista. Diga algo como: “Me siento
frustrado de que las facturas no se pagaran a tiempo” en lugar de: “Eres
una irresponsable y una vaga. Nunca pagas nada en término”.
Expresar sentimientos:
utilice frases en primera persona para explicar su entendimiento del
conflicto: “Me siento herido cuando no eres consecuente”; “Me hace
enojar cuando te burlas de mí delante de tu amiga”. Evite frases en
segunda persona, como: “Eres muy insensible y mandona”.
No desviarse del tema que se quiere tratar:
la mayoría de las personas pueden tratar solamente un problema a la
vez. Desgraciadamente, muchos cónyuges sacan dos o tres problemas en una
discusión, intentando reforzar su argumento. Eso confunde la
confrontación y no permite que haya entendimiento y resolución. Es mejor
decir: “Hirió mis sentimientos cuando no me incluiste en tu
conversación durante la cena con nuestros amigos”, en lugar de decir:
“Tú nunca me incluyes con nadie, siempre piensas en ti misma. Siempre
que estamos con otras personas, me ignoras. Todo el mundo piensa que
eres egoísta”.
Confrontar en privado:
hacerlo en público podría humillar –o al menos avergonzar– a su cónyuge.
Eso inmediatamente lo pondrá a la defensiva y le cerrará cualquier
deseo de reconciliación.
Buscar entender el punto de vista de la otra persona:
intente ponerse en el lugar de su cónyuge, un ejercicio que puede
conducir al entendimiento y la restauración. Eso es lo que hacía Mía
cuando le dijo a su hermana: “Jerry tuvo un día difícil en la oficina
hoy. Su jefe lo retó, y por eso está más callado de lo normal, así que
no me lo tomé personalmente. Sé que cuando yo he tenido un día difícil,
también necesito tiempo para mí misma”.
Establecer un plan de resolución:
después de que los dos hayan expresado sus puntos de vista y hayan
llegado a un entendimiento, hablen de sus necesidades y decidan qué
hacer desde allí. Eso podría significar decir algo como: “En el futuro,
ayudaría dialogar conmigo sobre cómo gastaremos nuestros ahorros, en
lugar de decírmelo después de haberlos gastado”.
Estar dispuesto a admitirlo cuando se está equivocado:
a veces un conflicto ocurre porque la conducta de una persona fue
inapropiada. Esté dispuesto a confesar y pedir perdón a su cónyuge, si
lo ha ofendido. Ese proceso puede ayudar a sanar el daño de su relación.
Pruebe algo como: “Siento haber sido desagradable contigo. ¿Me
perdonas, por favor?” Si es usted el ofendido, sea lo bastante
misericordioso para aceptar la disculpa de su cónyuge.
Recordar que mantener la relación es más importante que ganar la discusión:
ganar una discusión a expensas de perder la relación, es una derrota
para los dos. Encontrar una solución que beneficie a ambos cónyuges hace
que todos salgan ganando.
¿Y si ninguno de los dos parece
encontrar esa solución? Cuando no pueda solucionar un conflicto
concreto, busque la ayuda de un consejero. Pelearse no es sano, pero el
conflicto no siempre es malo; de hecho, puede ser una herramienta para
fortalecer relaciones. Cuando usted trata el conflicto de forma amable y
positiva, el resultado puede ser una relación más profunda, y mayor
intimidad.
“Si se enojan, no pequen” (Efesios 4:26).
Dios sabía que tendríamos enojo y conflicto en nuestras relaciones;
pero el enojo no es un pecado mientras busquemos resolver el conflicto. “Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos” (Romanos 12:18). En lugar de pelearse, ¿hace usted su parte para reconciliar y restaurar la relación con su pareja?
Tomado del libro: Guía para el novio inteligente de Editorial Casa Creación
No hay comentarios:
Publicar un comentario