La parábola del buen samaritano nos
habla sobre tres actitudes que podemos asumir, aunque solamente una es
correcta. La primera actitud es la del ladrón quien toma lo que no le
pertenece, asumiendo una postura de “lo tuyo debe ser mío”. Muchos
actúan así codiciando lo que otros tienen. Esa es una actitud de
envidia, robo y despojo que hiere a otros y corrompe tu corazón. Esa
actitud no solamente se ve en un ladrón, sino en cualquier ámbito, como
en los negocios donde algunos compiten de forma desleal por quedarse con
los clientes de otras empresas, difamando al competidor. De esa manera,
no se está agrediendo físicamente a nadie, pero se comete pecado al
buscar quedarse con lo que otros tienen sin importar los medios para
lograrlo.
La segunda actitud es la del sacerdote y
el levita quienes pasan de largo indiferentes, asumiendo la postura de
“lo mío es mío”1. Esta es una actitud egoísta que si bien no arrebata lo
de otros, es terrible porque no comparte ni mueve a misericordia. Es
una actitud de “si yo estoy bien, no importa cómo estén los demás”, “si
yo no provoqué el problema, no tengo obligación de solucionarlo”. Actuar
así también es incorrecto porque revela una insensibilidad e
indiferencia que no es propia de los hijos de Dios. Es muy fácil
criticar y preguntarse qué harán otros por mejorar la situación, pero lo
importante es involucrarse y preguntar qué podemos hacer para
contribuir con el cambio positivo. Deja a un lado el egoísmo y asume el
compromiso con el bien de quienes te rodean porque no vivimos aislados,
al contrario, todos somos responsables del bienestar de los demás.
Es cierto que nosotros no provocamos una
tormenta, no somos culpables de que se le caiga la casa al vecino, pero
tenemos la obligación humana y moral de ayudar a quien lo necesita.
Aunque no seamos responsables de una desgracia, podemos ser responsables
de la solución, porque delante de Dios sí somos responsables de lo que
hacemos o dejemos de hacer. Olvida la actitud de “lo mío es mío”, no
esperes recibir sino dar lo que puedas.
La tercera actitud es la del samaritano
quien al ver al hombre mal herido, se apiadó de él y lo ayudó, asumiendo
una postura de “lo mío es tuyo”. Al leer la Escritura descubrimos que
el samaritano fue movido a misericordia, es decir que el movimiento y la
acción son importantes. La pasividad no resuelve nada. Es necesario que
nos movamos para provocar cambios. Especialmente debemos movernos por
amor, por el deseo de hacer bien a otros. Tendremos paz cuando el poder
del amor venza al amor por el poder. Iniciemos en nuestros hogares para
que se contagie a nuestro país. Involúcrate, acércate al necesitado, haz
un poco de tiempo para lo importante: mover tu corazón y ayudar a tu
prójimo.
Además, vemos que este hombre generoso
llevó al herido a un mesón y lo dejó encargado con el mesonero,
diciéndole que le pagaría lo que gastara en su ausencia2. Esto nos
revela que para amar es necesario gastar, dar de lo que tenemos porque
hacerlo es la mejor expresión del amor. Esfuérzate pensando en bendecir a
los demás, no solamente en satisfacer tus necesidades. No des aquello
que te sobra, sino lo que tienes porque ese sacrificio es el que
realmente expresa tu compromiso. Imitemos a nuestro Padre Celestial
quien por amor dio a Su único Hijo para salvarnos. Él no dijo: “Daré uno
de todos los hijos que tengo”, sino que dio al Único que tenía para el
perdón de nuestros pecados. ¡Esa fue la expresión de buena voluntad más
extraordinaria de la historia!
No hay que dar cuando nos “nazca o lo
sintamos”, sino cuando sea necesario. Nadie va a trabajar solo cuando
“tiene deseos” y ningún jefe paga a sus trabajadores únicamente cuando
“se inspira”. Hay cuestiones que se hacen porque es un deber y
obligación, no porque sea un impulso de nuestro corazón. El mundo no se
mueve por sentimientos sino por responsabilidades. Debes ayudar a tu
prójimo y expresarle tu amor aunque no te “nazca”. Ese es tu compromiso
como cristiano e hijo de Dios.
1Lucas 10:30-34 relata: Respondiendo
Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos
de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron,
dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel
camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de
aquel lugar, y viéndole, pasó de largo.
2 Lucas 10: 33-35 continúa con el relato
sobre el hombre a quien dejaron tirado en el camino: Pero un
samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a
misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y
vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él.
Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo:
Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.
3 Efesios 4: 22-28 nos recuerda: En
cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de
vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la
justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira,
hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de
los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro
enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino
trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué
compartir con el que padece necesidad.
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