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sábado, 1 de junio de 2013

LO MIO ES TUYO




La parábola del buen samaritano nos habla sobre tres actitudes que podemos asumir, aunque solamente una es correcta. La primera actitud es la del ladrón quien toma lo que no le pertenece, asumiendo una postura de “lo tuyo debe ser mío”. Muchos actúan así codiciando lo que otros tienen. Esa es una actitud de envidia, robo y despojo que hiere a otros y corrompe tu corazón. Esa actitud no solamente se ve en un ladrón, sino en cualquier ámbito, como en los negocios donde algunos compiten de forma desleal por quedarse con los clientes de otras empresas, difamando al competidor. De esa manera, no se está agrediendo físicamente a nadie, pero se comete pecado al buscar quedarse con lo que otros tienen sin importar los medios para lograrlo.

La segunda actitud es la del sacerdote y el levita quienes pasan de largo indiferentes, asumiendo la postura de “lo mío es mío”1. Esta es una actitud egoísta que si bien no arrebata lo de otros, es terrible porque no comparte ni mueve a misericordia. Es una actitud de “si yo estoy bien, no importa cómo estén los demás”, “si yo no provoqué el problema, no tengo obligación de solucionarlo”. Actuar así también es incorrecto porque revela una insensibilidad e indiferencia que no es propia de los hijos de Dios. Es muy fácil criticar y preguntarse qué harán otros por mejorar la situación, pero lo importante es involucrarse y preguntar qué podemos hacer para contribuir con el cambio positivo. Deja a un lado el egoísmo y asume el compromiso con el bien de quienes te rodean porque no vivimos aislados, al contrario, todos somos responsables del bienestar de los demás.

Es cierto que nosotros no provocamos una tormenta, no somos culpables de que se le caiga la casa al vecino, pero tenemos la obligación humana y moral de ayudar a quien lo necesita. Aunque no seamos responsables de una desgracia, podemos ser responsables de la solución, porque delante de Dios sí somos responsables de lo que hacemos o dejemos de hacer. Olvida la actitud de “lo mío es mío”, no esperes recibir sino dar lo que puedas.

La tercera actitud es la del samaritano quien al ver al hombre mal herido, se apiadó de él y lo ayudó, asumiendo una postura de “lo mío es tuyo”. Al leer la Escritura descubrimos que el samaritano fue movido a misericordia, es decir que el movimiento y la acción son importantes. La pasividad no resuelve nada. Es necesario que nos movamos para provocar cambios. Especialmente debemos movernos por amor, por el deseo de hacer bien a otros. Tendremos paz cuando el poder del amor venza al amor por el poder. Iniciemos en nuestros hogares para que se contagie a nuestro país. Involúcrate, acércate al necesitado, haz un poco de tiempo para lo importante: mover tu corazón y ayudar a tu prójimo.

Además, vemos que este hombre generoso llevó al herido a un mesón y lo dejó encargado con el mesonero, diciéndole que le pagaría lo que gastara en su ausencia2. Esto nos revela que para amar es necesario gastar, dar de lo que tenemos porque hacerlo es la mejor expresión del amor. Esfuérzate pensando en bendecir a los demás, no solamente en satisfacer tus necesidades. No des aquello que te sobra, sino lo que tienes porque ese sacrificio es el que realmente expresa tu compromiso. Imitemos a nuestro Padre Celestial quien por amor dio a Su único Hijo para salvarnos. Él no dijo: “Daré uno de todos los hijos que tengo”, sino que dio al Único que tenía para el perdón de nuestros pecados. ¡Esa fue la expresión de buena voluntad más extraordinaria de la historia!

No hay que dar cuando nos “nazca o lo sintamos”, sino cuando sea necesario. Nadie va a trabajar solo cuando “tiene deseos” y ningún jefe paga a sus trabajadores únicamente cuando “se inspira”. Hay cuestiones que se hacen porque es un deber y obligación, no porque sea un impulso de nuestro corazón. El mundo no se mueve por sentimientos sino por responsabilidades. Debes ayudar a tu prójimo y expresarle tu amor aunque no te “nazca”. Ese es tu compromiso como cristiano e hijo de Dios.
 
 
1Lucas 10:30-34 relata: Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo.

2 Lucas 10: 33-35 continúa con el relato sobre el hombre a quien dejaron tirado en el camino: Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.

3 Efesios 4: 22-28 nos recuerda: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.

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