Existe mucho énfasis en la diferencia de sexos en nuestra sociedad, lo cual tiende a destruir el respeto que le pertenece a la mujer. Por otro lado las Escrituras ponen a la mujer en alta estima. Tanto la mujer como el hombre son importantes para establecer la “imagen de Dios” en la humanidad. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gen. 1.27).
Y aunque la mujer está subordinada al hombre en ciertas actividades de la iglesia, tiene el mismo acceso a la gracia de Dios. “Y ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3.28). Los esposos, aunque son la cabeza de sus hogares, han de dar honor a la mujer, “como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida” (1 Pedro 3.7).
Si esta enseñanza fuera comprendida en
general, la mujer no perdería el respeto que le corresponde. Si fuera
tomada en serio por los varones, ella no sería maltratada ni explotada
en nuestra sociedad.
La común falta de respeto por la mujer
En varios segmentos de nuestra sociedad
es común denigrar a la mujer, ya sea en manera directa o en manera
sutil. En nuestra cultura, que está obsesionada con el sexo, las mujeres
son tomadas como objetos sexuales. En muchos clubs se presenta desnuda a
la mujer, y en el cine se exhiben películas de violencia contra ella
(por ejemplo en la violación).
Estas situaciones han llevado a
establecer una imagen estereotipada de la mujer. Se considera que la
mujer es un cuerpo físico que carece de cerebro. Es presa del hombre. Es
el “bocado favorito” para satisfacer la lujuria animal del varón.
Hay pensadores que han estudiado el
lenguaje que se usa en referencia a la mujer, el cual usualmente
consiste en términos denigrantes. En lugar de usar términos neutros
tales como: mujer, dama, señorita, señora, aquellos que no son
cristianos emplean apelativos que hacen referencia a ciertas partes
anatómicas sugestivas —y hasta contornean las manos para decir, por
ejemplo: “¡qué curvas!” o “¡qué mango el que va ahí!”
El lenguaje vulgar que es empleado por los varones y que se difunde hasta en la propaganda comercial es ofensivo a la mujer.
Mujeres, no se dejen explotar. Ustedes
estimulan a los hombres que las traten así cuando se visten con ropa muy
sugestiva —usan maquillaje provocativo, o permiten que ellos les
digan cosas que estimulan la sensualidad. Sean conscientes y
muestren indignación ante individuos que buscan como avergonzarlas.
Humillaciones de la mujer que trabaja
Las mujeres que trabajan son
especialmente vulnerables. Las secretarias, las maestras y obreras no
solamente tienen que conformarse con lo poco que ganan sino que también
tienen que sujetarse al hostigamiento sexual. Puede ser sutil como una
insinuación o directa como un pellizco. En una revista internacional
salió un artículo en cuanto a este fenómeno. Habla de cierta mecanógrafa
cuyo jefe le ofreció un aumento de sueldo si ella se acostaba con él, y
de una universitaria principiante a la cual un maestro trató de besar
cuando ella fue a verle en su oficina. En ambos casos, estas damas se
quejaron ante las autoridades.
Devaluación del papel de esposa y madre
No es malo que una mujer posponga el
matrimonio para terminar su carrera o que utilice sus conocimientos una
vez que ya esté casada —siempre y cuando el esposo esté de acuerdo y
ella no ponga su empleo
por encima de su familia. Lidia era una mujer próspera en los negocios
en el primer siglo (Hch. 16.11-15). Priscila indudable-mente trabajaba
con su marido en el oficio que tenía (Hch. 18.2,3). En Proverbios 31.34
se alaba a la mujer laboriosa.
Con todo la norma bíblica todavía
consiste en que la mujer se case, tenga hijos y que sea “mujer de su
casa”. Para toda mujer que se casa, la palabra de Dios exige que ella se
sujete al marido, como al Señor (Efe. 5.22) y que las necesidades de su
familia sean lo primero que atienda. Las mujeres cristianas de más edad
“que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a
ser prudentes, castas, cuidadosas de sus casas, buenas, sujetas a sus
maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2.4-5).
En los años recientes, nuestra sociedad
está obligando más y más a que las mujeres abandonen sus hogares y se
dediquen a trabajar. Un buen número de estas mujeres se ven obligadas a
buscar trabajo por diversas razones. Muchas de ellas trabajan porque
quieren ser reconocidas en la sociedad como personas competentes,
inteligentes y productivas. Las han convencido de que la única manera en
que pueden ser respetadas es por dedicarse a un trabajo y competir con
el hombre.
Existe una labor que sólo la mujer puede
hacer, la cual es imposible para el hombre. Ella puede ser madre. Y por
“madre” no se está hablando sólo de dar a luz un hijo. Significa la
atención especial y el cariño que se da a un bebé como el que Ana quería
tener, y enseñarle la Biblia como Eunice lo hizo, o tomar el dolor del
hijo como María lo hizo al pie de la cruz. En el cielo están reservados
los premios más hermosos para las madres piadosas.
Ni en la iglesia ni en el hogar honramos a nuestras mujeres como debiéramos. La Biblia antes bien dice: “La mujer que teme a Jehová, esa será alabada” (Proverbios 31.30). Y usted y yo somos los llamados a darle ese honor.
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